domingo, 14 de julio de 2019

Antonio Mochón. Una lectura de ¿Por qué hay poemas y no más bien nada?

¿Por qué hay poemas y no más bien nada? de Ángel Cerviño por Antonio Mochón

La reflexión sobre el lenguaje poético, sobre la recepción del poema o sobre el proceso de creación son los resortes que se activan en cada palabra dejada sobre estos textos escurridizos, reacios a cualquier taxonomía o exégesis. El texto está ahí no para ser descompuesto, sino para dejar que crezca; no para llevar a un sitio, sino para perderse en sí mismo. Y sin embargo, estos textos intentan a cada paso justificarse, intentan, contra toda lógica, ser. Como buen artefacto, incluyen manual de montaje y desmontaje, otra capa más que le sirve al yo lírico para apartarse ante aquello que va cobrando autonomía y que ya no le pertenece a él más que al lector. O mejor: ya no es de nadie. El poema es ciega indefinición, pura hipótesis, ausencia y provisionalidad. La ironía, entonces, se hace patente: el poema es lo que no puede ser. Promesa constante, vacío, un azar a lo sumo.

domingo, 7 de julio de 2019

EZEQUIEL VIETA. Poeta póstumo


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Ezequiel Vieta. Y se antojan las velas








"Y se antojan las velas:
así el bufón ría,
el aura del crepúsculo
a veces lo suscita"

Tseurezure-Gusa (siglo XIV)



Ezequiel Vieta (La  Habana, 1922 - 1995) no publicó en vida ni un solo poema, su obra narrativa más ambiciosa, Pailock el prestidigitador (1991), resulta ser un libro inencontrable (doy fe de ello) desde hace muchos años, a ambas orillas del Atlántico y, pese a todo, no dudaría ni un segundo en calificarlo como autor de alguno de los versos más míos.  El único libro de poemas de Ezequiel Vieta (Y se antojan las velas, La Habana, 1996) se publicó póstumamente y supuso, al parecer, una desconcertante sorpresa incluso para su apretado círculo de amigos y allegados; nadie estaba al corriente de esa actividad poética que ahora querríamos adivinar nocturna y encubierta.
Y se antojan las velas es un libro tejido de engaños y simulaciones, y lo es ya desde su apocada apariencia exterior de poemario provinciano y anacrónico que nunca ha dislocado un hipérbaton; por los paratextos empezamos a saber que Vieta tiene, tenía, un nieto llamado Dionisio (dato acaso significativo) y que, como prueba el epígrafe apócrifo que abre el texto (el mismo que preside estas palabras), atribuido a un imposible poeta del siglo XIV, al autor le divierten, le divertían, los juegos metaliterarios. Un bien plantado prólogo, del también poeta y crítico cubano Luis Álvarez Álvarez, se ofrece como guía a los desnortados lectores, convendría no desoír sus advertencias.
No me alcanzarán las fuerzas para dar cuenta cabal de las monstruosas promiscuidades de este librito, de su infinitesimal desmesura, ¿cómo abarcar su "mutabilidad sin freno"? Los modos métricos y estilístico se suceden sin descanso ni fatiga, los versos avanzan en laberinteado y concupiscente diálogo con otros textos, Vieta convoca a esta cámara de ecos todas las máscaras, todas las eras, "léxico arcaizante, sintaxis culterano-conceptista, ecos del legítimo romanticismo decimonónico, ritmos melódicos renacentistas, coloquialismo, prosaísmo, verso libre" (L. Álvarez), superposición de voces y escenas, encabalgamiento de  tiempos y miradas:

Acepto orfeos
merodean al filo de semana
Todos los tiempos
yo los meriendo
me desayunan

Los recursos retóricos, como también señala agudamente el prologuista, "son dinamitados, paradójicamente, en la misma medida en que no se les rechaza, sino que se les incorpora" al propio discurso, sin establecer jerarquías ni discriminaciones. Si la escritura, toda escritura, libera una procesión de máscaras autorales, los disfrazados espectros de Vieta aparecen y desaparecen por esas fisuras entre diferentes estilos, hiatos del decir que el autor dispone en dionisiaca sobreabundancia para la irrupción y el estallido de lo otro:

Brújulas inmensas
grandes como ogros         vomitando

Por otro lado, Y se antojan velas se nos muestra, pese a su incontrolable desenfreno formal, como un texto meticulosamente estructurado, dividido en cinco secciones de resonancias musicales (Fugueta, Humorésque, Rubato,  Crescendo, Diminuendo); cada una de ellas explora sus propias tensiones tonales, sin perder nunca de vista la orquestada sonoridad del conjunto. Aquí, en estas selvas musicales, el lector deviene rastreador -no le queda otra- de la errancia carnavalesca del sujeto lírico, y huésped gozoso de sus múltiples cobertizos y estancias.

(I. Fugueta)
AUNQUE HABÍA MAR, PARECÍA MAR, ERA MAR
Por las brumas líquidas y a la manera del que aguarda, también por el silencio, terrestre y afligido, por otras causas -aquí indefinibles- se podría precisar aquella como hora reciente que al punto se baña en su bautizo. Alguno, que no sé si marcha o anda detenido, concibe que la arena toda ampara y redime la palabra playa... pero, ¿quién va a fiarse de imágenes ajenas? (.../...)

(II. Humorésque)
BESO NEGRO
(.../...)
Beso negro
tan lanudo
que es incierto

(IV. Crescendo)
INVENTARIANDO LA LUZ
(.../...)
Y la mula de mi alma corcovea
ante tanta tentación      desconocido
¿cuándo parará mi máquina?
así       estar tranquilo       yacer
no ser custodio de desvelos de otro
Lechuza vive en mí
y voy sembrado

Ahíto quedo
sin haberme nunca sobrevenido convincentemente
                                                                             n  a  d  a

En la última sección, cerrando ya el poemario, se incluye un homenaje a dos cuadros de Marc Chagall (La nuit tombante y La queue des sirènes), en el que Vieta combina párrafos en prosa y líneas de verso, convirtiéndolo posiblemente en una de las piezas más ambiciosas de la obra:
¡Sirena, sirena
yo cargo tus cristales!
(.../...)
¡Sirena, sirena
por qué sentirme bestia!
Y aquí y allá, andante de mis esperas, opacos soñados, tinieblas alumbradas, copiosos instrumentos; parches y retoques, de mi luna hecha rasgo, asaltada de negros moradores, perfilada de tierra y un círculo torcido (.../...)

Innumerables registros se quedan fuera en una lectura tan apresurada como esta, allí están, pero no salen en la foto, Hamlet y Polonio, junto a diversas quejas sobre la escasa fiabilidad de las palabras ("engañadizas, prometedoras y vanas"), Orestes y la Erinias,  Edipo y Sísifo, Nerón y Agripina, retóricas defensas de la ambigüedad ("amplía el vericueto / libérate a divagar"), respetuosa parodias de formas clásicas ("A muelle no me atengo / porque quiero navegar"), visitas varias a la canción popular ("Tres negros / tienen tres cuartos / tres cuartos / tienen tres ojos"), ripios consonantes ("Todos tienen miedo al verso / como si fuera diablillo / y le metiera cepillo / al poeta más disperso"), puras enumeraciones rítmicas ("Ahora no / si llega/ perfecta / sospecha / cruzada / que vuelve / la baba / sangrienta / anteojo / cuchillo enojo / y la náusea / los cuerpos / rollizos / los pechos / partidos / tambor y / corneta .../..."), retruécanos, aliteraciones, juegos tipográficos que rondan el caligrama, cualquier recurso le parece bueno a Ezequiel Vieta para asestarnos sus puñaladas de goce y espanto. 

No saldremos indemnes de esta jungla.