Notas de lectura de Finnegans
Wake
- El texto pretende ocupar el lugar del
lector, lo suplanta y se ofrece a sí mismo como su propia lectura, (lectura encriptada, cuyas
claves se encuentran a buen recaudo en manos del autor, que no deja al lector
otro papel que el juego de “descubrirlas” siguiendo las pistas esparcidas
entrelineas por el autor; quizá por esa razón, en sus casi ochenta años de
vida, la obra ha cosechado muchos más investigadores
–con rango de detectives especializados-
que lectores).
- Contra lo que el tópico crítico viene repitiendo
desde el momento de su aparición, Finnegans Wake (FW) no solo no es el
paradigma de texto abierto, sino que
probablemente constituya el ejemplo más evidente (la más disparatada tentativa)
de texto herméticamente cerrado de toda la historia de la literatura.
- Tal parece haber sido el propósito
inconfesado del autor: agotar en el propio texto todas las opciones de fuga de sentido.
- Si
el sentido solo puede vivir en fuga, en movimiento, ...a salto de mata como un
perpetuo exiliado, lo que Joyce se propuso en FW no fue otra cosa que explorar
en el propio texto todas y cada una de las posibles vías de escape (planes de
fuga) de cada partícula de significante, cada frase, cada palabra, cada sílaba,
cada fonema. Cada elemento comparece en el texto con el plano detallado de sus
previsibles maniobras evasivas: desdobles, referencias cruzadas, equivalencias,
alusiones, resonancias en otras lenguas o en otros códigos de la misma lengua,
polisemias, ecos fonéticos, ambigüedades y ramificaciones de todo signo.
- La multirreferencialidad de los
elementos constitutivos de la lengua (fónicos, estructurales y funcionales) es
explorada minuciosamente, enciclopédicamente, con la intención de no dejar al
lector ningún cabo suelto, ningún sendero sin señalizar. La obra se convierte
así en una extenuante persecución de todas sus posibles líneas de fuga: nada
escapa a la perspicacia microscópica del autor que, empeñado en vaciar el mar
con su cubito, corre tras cada sílaba, vigilando los reflejos, prestando
atención a cada eco, esforzándose en que no le pase desapercibida ninguna
alusión oblicua en tercer o cuarto grado.
- FW se nos da acompañado de todas sus
claves, con indicadores (más o menos velados o escondidos) de cada una de las
vueltas y revueltas del laberinto textual, ...cada bifurcación crípticamente
señalada.
- El texto crece y crece (hacia dentro,
según el habitual procedimiento de Joyce según el cual cada palabra acabará
ampliándose en los sucesivos borradores hasta ocupar varios párrafos en la
versión final), crece en una loca metástasis asociativa en la que cada palabra
añadida no es más que el embrión de una nueva cadena polisémica, cada elemento
recién incorporado se abre en una serie potencialmente ilimitada de
posibilidades. El texto crece con la voluntad de agotar en sí mismo todas las
posibilidades de sentido. El deseo de ser comprendido “del todo” adquiere en
Joyce unas dimensiones ciclópeas.
- El autor persigue al sentido en fuga
por todos los rincones y recovecos del significante (alusiones, paronomasia,
aliteraciones, resonancias,...), él mismo comprobará a pie de texto –antes de entregárselo al
lector- todas las pistas, tretas y evidencias engañosas del doble-decir. Nada debe
escapar a su brillantez asociativa, y la dedicación obsesiva a esa tarea señala
el camino a los miles de exégetas que le seguirán.
- Son numerosos los comentarios que en
ese sentido Joyce le hizo a Jacques Mercanton, su amigo y confidente de los
últimos años de su vida, los años en que finaliza la redacción de FW.
Comentarios del tipo “ningún irlandés pasará por alto en este pasaje la alusión
a tal canción folclórica..., o cualquier inglés percibirá aquí un eco de tal o
cual hecho histórico,...”
- El texto reproduce los movimientos
asociativos que se dan (que deberían darse) en la mente del lector durante el
proceso de lectura. El autor se sitúa en el lugar del lector, escribe desde el
lugar del lector; escribe de la forma que le gustaría (¿y a quién no?) ser
leído: por un lector que dedicada la vida entera al goce de desentrañar cada
matiz y cada eco del texto.
- Joyce planificó el texto como una
encerrona para el lector, una trampa que lo tuviera atrapado por los siglos de
los siglos en la contemplación de los reflejos de la luz del sentido en las
olas del texto. (Parece que algo falló en la trampa y solo atrapa
especialistas, quizá se equivocó de cebo).
“Joyce
me recitó varias líneas en las que había trabajado seiscientas horas y en las
que había metido los nombres de quinientos ríos, aunque yo no percibí ninguno.
He vuelto a examinar después esas líneas y no he sido capaz de encontrar más de
tres ríos y medio. /:::/ si fueron necesarias seiscientas horas para meter esos
ríos en la prosa, se necesitarán unas seis mil horas para sacarlos. Me pregunto
cuántas personas se tomarán ese trabajo y qué placer obtendrán en el empeño”[1].
[1] (Max Eastman, “Poets
Talking to Themselves”, Harpe´s Magazine, 1931 – citado y traducido por
Francisco García Tortosa en su edición de “Anna
Livia Plurabelle”, Cátedra, Madrid, 1992)
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