AIRES METAPOÉTICOS
¿Por qué hay poemas y no más
bien nada?
Ángel
Cerviño
Amargord,
2013
Así
como la música y el teatro son artes que precisan de intérpretes para poder ser
disfrutadas por el público, en la pintura o la poesía la exposición directa a
la obra, sin intermediarios, impone una comunicación unidireccional que fluye entre
autor y espectador o lector. Sin embargo, el planteamiento del gallego Ángel
Cerviño en su último libro, ¿Por qué hay
poemas y no más bien nada?, es acercar la idea de autor a la de actor y,
por tanto, la de interpretación a la de creación, vinculando la obra literaria
a su recepción y abriéndola a cuestiones más complejas y contradictorias como
la fragilidad del oficio de poeta frente a la grandilocuencia del oficiante de
la poesía. Así, nos invita a perdernos en este libro en forma de pregunta, de
cuestionamiento con tres partes, aparentemente, muy diferenciadas. En la
primera, titulada Nordés (viento frío
del norte, en Galicia) el poeta realiza un ejercicio de equilibrios y elabora
los poemas desde la contraposición de frases, no para estorbarse entre ellas ni
para crear extrañezas, sino en busca de una expresividad de contrastes. Aquí ya
surgen las paradojas de la dualidad autor-lector sobre las que se va
construyendo el libro: escribir a tientas
/ para leer a ciegas (pág.18).
En la segunda parte,
Bura (viento continental, en Croacia),
el poeta continúa su reflexión sobre la escritura, la autoría del texto y su
recepción, y va borrando el binomio autor-lector al unir sus voces,
adelantándose al lector, pensando su lectura y sus posibles interpretaciones: El poema vampiriza al lector (pág. 64),
a veces en forma de conversación entre un lector que cuestiona y un autor que
responde sin tapujos, haciendo evidentes sus pretensiones y asumiendo la polisemia
de los personajes/actores como campo abonado para la creatividad literaria.
La tercera parte, Metelmi (viento de las islas del Egeo,
en Grecia) resulta ser un largo monólogo interior, torrencial y reflexivo, en
el que lo discursivo se va interrumpiendo a cada paso y se va reinventando; y,
tal como sucede de manera inconsciente, va realizando conexiones a veces
inesperadas. Aquí el autor vierte temas que van desde la identidad personal a
los intangibles y más propiamente poéticos: para
el caso que nos ocupa casi todo lo que se puede argumentar resulta irrelevante
(pág. 92). De nuevo, las referencias al lenguaje literario van haciendo aflorar
posibilidades imaginativas: como convertir al autor en enfermo y al lector en
terapeuta o, también, al autor en interrogado y al lector en detective. En este
sentido, las alusiones al cine y al teatro hacen del libro el escenario ideal
para una reflexión fructífera sobre la vulnerabilidad de lo llamado poético:
desde la escritura misma a la aceptación final de la obra, pasando por el enmascaramiento de los intervinientes en el
proceso comunicativo.
En el transcurso de
las tres partes, Ángel Cerviño deshace las formas poéticas convencionales,
cuestionándolas de manera implícita, para rehacerlas como texto seguido en el
que los versos se dividen con una barra (como ocurre cuando queremos citar
versos dentro de otro texto) y, por tanto, los poemas acaban teniendo apariencia
de prosas. Se juega, asimismo, con la letra cursiva y con los pies de página o
las citas para enfatizar el pulso reformador y construir un discurso con nuevos
referentes, cuestionando toda estandarización.
Desde el mismo
título (reformulación de una frase del filósofo Leibniz sobre la materia como
realidad), la interpelación al lector se convierte en el gran esfuerzo del
autor por crear haciendo evidentes o llevando al límite las bondades y las limitaciones
del lenguaje escrito; y, concretamente, sobre la poesía nos lleva al
replanteamiento de las formas de lectura, tanto la lectura en silencio, personal
y única de cada lector, como la lectura pública, el recital.
A pesar de las
vanguardias, a pesar de los mil intentos por reinventarse, la poesía sigue
estando llena de lugares comunes, ejemplarizados en una serie de dualidades,
como fondo y forma, silencio y voz, texto y grafismo, autor y lector. Ángel
Cerviño propone, por el contrario, un discurso metapoético en el se superan dichas
dobleces proponiendo nuevas, y se devuelve al lenguaje el protagonismo de la
vinculación humana. Así, la poesía se cuestiona desde sus contradicciones más
conocidas, pero se reinventa hacia la ampliación de su sentido y capacidad de
acción. Los tres vientos, las tres partes de este libro se interrogan sobre la
naturaleza misma de la creación poética y su razón de ser, e interpelan y
sacuden a los lectores habituados a la calma mortecina de los convencionalismos.
Agustín Calvo Galán
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