Con El ave fénix solo caga canela, el escritor y artista visual Ángel Cerviño (Lugo, 1956), ha ganado el Premio de Poesía Ciudad de Mérida. La propuesta, arriesgada desde el título, obliga al lector a participar en un juego constante de identificación y distanciamiento, de símbolos que se tejen y desgarraduras irónicas, en el que todo tipo de códigos, desde el de la poesía tradicional al psicoanálisis, pasando por los lenguajes cotidianos y la jerga de los textos especializados y de los mass-media, se entrecruzan para dibujar un paisaje enigmático en el que el sujeto es una encrucijada de voces (“pero sé que no amaré si no me consigo un nombre”).
El propio título juega al despiste, ya que a primera vista se nos presenta únicamente un gesto burlón ante la tradición literaria y los cánones culturales, pero, como se nos aclara en las primeras páginas, constituye una alusión culta a Lacan. En una finta casi barroca el poeta se mofa de la cultura a la que, sin embargo, pertenece. Resulta casi ocioso señalar que este poemario es un libro posmoderno, y sin embargo esto es decir demasiado poco: desde luego, nada tiene que ver con cierta posmodernidad de referencias apresuradas y lecturas de segunda mano. Por el contrario, en el juego inteligente y provocador (o inteligentemente provocador) que nos propone Cerviño se nos muestra que lo que Lyotard llamó la condición postmoderna es menos una ausencia de referentes que un exceso de estos, una biblioteca de Babel al modo de la de Borges que se revela como laberinto.
Algunos nombres relevantes de la apertura a la posmodernidad (Lacan, Foucault, Lévi-Strauss) nos han asomado a la perplejidad de ser hablados por el lenguaje. Así, en los textos de este libro el sujeto se esfuerza por tejer por unos instantes por una voz propia, para no ser arrollado por una marea de códigos y símbolos. Sin embargo, el poema sabe hacer de la necesidad virtud: si como afirman Deleuze y Guattari el arte, como la ciencia y la filosofía, es un combate contra el caos con las armas del caos, aquí el poeta se empeña en sumergirse en ese magma de voces para romper con los significados heredados. Como en la imprevista poética que constituye Sugerencias del departamento de marketing, se trata de acechar “a la hora temprana en que todas las palabras dormitan todavía en sus estantes esperando que las llamen para realizar las tareas del día ( /…/ el programa de mano para una representación de ópera / el artículo de un periódico deportivo / los diálogos de una novela inédita /…/ ) y una vez dentro / tomándolas desprevenidas / aprovecha ese momento de calma y silencio para provocar una explosión”.
Dicha explosión afecta entre otros (pero no exclusivamente) al lenguaje psicoanálitico, del que el poema que da título al libro constituye a la vez un homenaje y una parodia, tal vez porque el psicoanálisis nos ha revelado hasta qué punto esos “días atravesados por los símbolos” de los que hablaba Gamoneda son todos los días. No sólo lecturas del psicoanálisis como las de Lacan o Laplanche, sino ya el mismo Freud puso las bases para un cuestionamiento de las relaciones unívocas entre el significante y el significado (como ya supo ver el surrealismo, a pesar de que éste hizo una lectura muy sui generis de las teorías freudianas). Pero por eso mismo, la larga lista de términos psicoanalíticos que constituye el citado poema alerta sobre el riesgo de esclerotización que late en todo esfuerzo cultural por domeñar lo inconsciente, la tendencia a etiquetar, a retener la energía liberada en vez de acompañarla en un movimiento que puede ser destructivo pero también creador.
El estallido que provocan los propios movimientos del lenguaje hacen tambalear de igual modo las barreras entre verso y prosa, entre lo lírico y lo narrativo (o incluso entre lo lírico y lo ensayístico), entre el lenguaje convencionalmente literario y el, no menos convencionalmente, no literario. Y en medio de esos movimientos sísmicos un yo siempre perplejo, escindido y recompuesto a cada instante, un yo que nunca es uno y se sorprende de sus propias metamorfosis: “Euforia de colibrí / Pataleta de centauro”.
Imagen: Cromoterapia #2 (fragmento)
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