viernes, 3 de diciembre de 2010

Aimée. El retorno


Las imaginarias conspiraciones criminales que amenazaban la vida de su hijo, en las que sospechaba la implicación de personas de su entorno coaligadas con diversos medios de comunicación y con destacadas personalidades del mundo artístico y cultural, se convirtieron en la idea obsesiva, el motivo recurrente, del delirio paranoico de Aimée A.

Tras superar una primera crisis, que se resolvió con un corto período de internamiento semi-voluntario en una clínica para enfermedades mentales, Aimée decidió separarse de su marido y solicitar,  en la compañía ferroviaria en la que trabajaba realizando tareas administrativas, su traslado a París. Una vez que le es concedido, abandona su residencia en una pequeña localidad de la periferia de París, dejando a su hijo a cargo del padre y de su propia hermana enviudada recientemente, y se marcha a vivir sola en la capital, donde espera cumplir con un destino que la llama a la realización de grandes tareas.

Como afirmará más tarde a su doctores, cree que le está reservada una carrera de mujer de letras y de ciencia, al mismo tiempo que posiblemente habrá de desempeñar algún papel en el gobierno, además de “ser un guía para determinadas reformas: debería ser algo así como Krishnamurti”. Ahora sabemos que sólo iba camino de un brote más agudo de violencia y de un nuevo y prolongado encierro.

Todas estas noticias acerca de su vida y de su “ambición inadaptada” nos las proporciona la monografía que Jacques Lacan escribió sobre la enferma. Pero obviamente, y dado que cuando la tesis se publicó Aimée todavía permanecía encerrada, el texto no podía dar cuenta de toda una serie de acontecimientos posteriores, ciertamente asombrosos: a acusa de las restricciones económicas que la guerra impuso al sistema sanitario francés, Aimée es “liberada” en 1941 y, unos años después, acabará empleándose como cocinera y ama de llaves de Alfred Lacan, padre de Jacques, en cuya casa volvió a encontrarse, para tremenda sorpresa de éste, con su antiguo terapeuta; pero la cosa no para aquí, su hijo Didier, motivo central del delirio, decidirá hacerse psicoanalista después de haber realizado a su vez una terapia con Lacan, ignorando -o fingiendo ignorar- ambos, analista y cliente, durante todo el tiempo que se prolongó el tratamiento, los enredados lazos que anudaban su pasado.

Así, una vez más, la vida imita las teleseries. Y acaso resulte pertinente, para completar el cuadro, transcribir un par de párrafos de un texto más reciente que nos aporten la información suplementaria:

“Didier Anzieu, el hijo de Aimée es confiado a una tía que también es su madrina. Después de haber soñado con convertirse en actor y luego en escritor, entra en la Escuela Normal superior y en 1948 gana las oposiciones a una cátedra de filosofía, pero el recuerdo de su madre lo lleva a interesarse por la psicología. Cuatro años más tarde inicia una cura con Lacan ignorando que Aimée lo había precedido en otras circunstancias. Por su parte Lacan no reconoce al hijo de su ex-paciente. Didier se entera de la verdad durante una conversación con su madre que le habla de sus recuerdos y sus relaciones con los psiquiatras de la época. Entonces acude a la biblioteca y descubre con emoción un pasado que le pertenece y del que ignoraba lo esencial. Aimée le confiesa a su hijo que jamás quiso leer la historia de su caso, y le reprocha amargamente a Lacan el haberse negado a devolverle los manuscritos que le había confiado y que ella destinaba a ser publicados”. [ Supongo que hace referencia a la autobiografía titulada “Confesiones de Agachadiza” -¡qué espléndido título!- que escribió durante su estancia en la clínica].

“En 1953, Didier Anzieu termina su análisis y se hace terapeuta. Mientras tanto Aimée es contratada por Alfred Lacan que busca una nueva ama de llaves y cocinera, permanecerá en el puesto durante dos años. Un día, Jacques Lacan visita a su padre y vuelve a encontrarse con la mujer a quien debe su fortuna. Ella le reclama una vez más los manuscritos y él se niega a escucharla. Mas adelante le contará a Didier que padre e hijo no tenían nada que decirse, y que Jacques hace `payasadas´ para disimular el silencio” *

* Elisabeth Roudinesco, La batalla de los cien años, Historia del psicoanálisis en Francia, Fundamentos, Madrid, 1993.

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