jueves, 13 de diciembre de 2012

El pan y las estampas



“Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido entregando una porción tras otra de la herencia de la humanidad; a menudo hemos tenido que dejarlas en la casa de empeño por la centésima parte de su valor, a cambio de la calderilla de lo actual”. 
 (Walter Benjamin)



“No hay para pan y lo gastamos en estampas”, reza el adagio tradicional que pretende advertirnos del peligro de los gastos superfluos en tiempos de crisis, y concuerda con todos aquellos que desearían convencernos de que las manifestaciones culturales, y más en concreto las producciones artísticas, no son otra cosa que un adorno inocuo, un dispendio poco menos que inútil del que se puede prescindir cuando las cosas vienen mal dadas.
El refrán, como buena parte de los lugares comunes que ruedan de mano en mano, no es más que un fósil ideológico desprendido del discurso dominante, ese mismo discurso que decreta los modos y maneras de la experiencia, el mismo discurso que pretende condenar a una parte de la población a una existencia de pura subsistencia, pues ninguna otra cosa es necesaria para seguir empujando mansamente la noria productiva.
Las práctica artísticas, muy al contrario, son el necesario e imprescindible i+d de la elaboración simbólica, son las productoras del material sensible que conforma el ADN de una comunidad, el conjunto de procedimientos que siembra de señales el imaginario colectivo y proporciona a cada miembro de esa sociedad instrumentos para experimentar su propio lugar en el mundo.
El cierre de un museo o de una biblioteca, la cancelación de un programa de becas o el desmantelamiento de cualquier equipamiento cultural son una suerte de mutilación, una extirpación, una castradora lobotomía realizada sobre la mente colectiva que construye la historia y forja la memoria. Porque ninguna sociedad puede sobrevivir dignamente sin el continuo flujo de producción simbólica que la anima y la revitaliza.
Necesitamos el pan y necesitamos las estampas, porque el hombre se alimenta básicamente de imágenes, porque la imagen es el reino de la libertad y abre un espacio en el que se muestra la posibilidad de una nueva configuración de lo perceptible, lo pensable, lo decible, …y lo factible. La experiencia del arte pone en escena –demuestra performativamente- la posibilidad de una reorganización del régimen de visibilidad: nuevas formas de contemplar a los hombres y al mundo; y lo hace cuestionando el reparto político de lo sensible, el relato del poder que define quién puede ver qué cosas.

(versión REDUX de un artículo publicado en El Faro de Vigo -13, XII, 2012)

jueves, 6 de diciembre de 2012