¿Por qué hay poemas y no más bien nada? de Ángel Cerviño por Antonio Mochón
La
reflexión sobre el lenguaje poético, sobre la recepción del poema o
sobre el proceso de creación son los resortes que se activan en cada
palabra dejada sobre estos textos escurridizos, reacios a
cualquier taxonomía o exégesis. El texto está ahí no para ser
descompuesto, sino para dejar que crezca; no para llevar a un sitio,
sino para perderse en sí mismo. Y sin embargo, estos textos intentan a
cada paso justificarse, intentan, contra toda lógica, ser. Como
buen artefacto, incluyen manual de montaje y desmontaje, otra capa más
que le sirve al yo lírico para apartarse ante aquello que va cobrando
autonomía y que ya no le pertenece a él más que al lector. O mejor: ya
no es de nadie. El poema es ciega indefinición, pura hipótesis, ausencia
y provisionalidad. La ironía, entonces, se hace patente: el poema es lo
que no puede ser. Promesa constante, vacío, un azar a lo sumo.
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