Ezequiel Vieta. Y se antojan las velas
"Y se antojan las velas:
así el bufón ría,
el aura del crepúsculo
a veces lo suscita"
Tseurezure-Gusa (siglo XIV)
Ezequiel Vieta (La Habana, 1922 - 1995) no publicó en vida ni un
solo poema, su obra narrativa más ambiciosa, Pailock el prestidigitador (1991), resulta ser un libro
inencontrable (doy fe de ello) desde hace muchos años, a ambas orillas del
Atlántico y, pese a todo, no dudaría ni un segundo en calificarlo como autor de
alguno de los versos más míos. El único
libro de poemas de Ezequiel Vieta (Y se
antojan las velas, La Habana, 1996) se publicó póstumamente y supuso, al
parecer, una desconcertante sorpresa incluso para su apretado círculo de amigos
y allegados; nadie estaba al corriente de esa actividad poética que ahora
querríamos adivinar nocturna y encubierta.
Y se antojan las velas es un libro tejido de engaños y
simulaciones, y lo es ya desde su apocada apariencia exterior de poemario provinciano
y anacrónico que nunca ha dislocado un hipérbaton; por los paratextos empezamos
a saber que Vieta tiene, tenía, un nieto llamado Dionisio (dato acaso
significativo) y que, como prueba el epígrafe apócrifo que abre el texto (el
mismo que preside estas palabras), atribuido a un imposible poeta del siglo
XIV, al autor le divierten, le divertían, los juegos metaliterarios. Un bien
plantado prólogo, del también poeta y crítico cubano Luis Álvarez Álvarez, se
ofrece como guía a los desnortados lectores, convendría no desoír sus
advertencias.
No me alcanzarán las fuerzas para dar cuenta cabal de
las monstruosas promiscuidades de este librito, de su infinitesimal desmesura,
¿cómo abarcar su "mutabilidad sin freno"? Los modos métricos y
estilístico se suceden sin descanso ni fatiga, los versos avanzan en
laberinteado y concupiscente diálogo con otros textos, Vieta convoca a esta
cámara de ecos todas las máscaras, todas las eras, "léxico arcaizante, sintaxis culterano-conceptista, ecos del
legítimo romanticismo decimonónico, ritmos melódicos renacentistas,
coloquialismo, prosaísmo, verso libre" (L. Álvarez), superposición de
voces y escenas, encabalgamiento de
tiempos y miradas:
Acepto orfeos
merodean al filo de
semana
Todos los tiempos
yo los meriendo
me desayunan
Los recursos retóricos, como también señala agudamente
el prologuista, "son dinamitados,
paradójicamente, en la misma medida en que no se les rechaza, sino que se les incorpora"
al propio discurso, sin
establecer jerarquías ni discriminaciones. Si la escritura, toda escritura,
libera una procesión de máscaras autorales, los disfrazados espectros de Vieta
aparecen y desaparecen por esas fisuras entre diferentes estilos, hiatos del
decir que el autor dispone en dionisiaca sobreabundancia para la irrupción y el
estallido de lo otro:
Brújulas inmensas
grandes como ogros vomitando
Por otro lado, Y
se antojan velas se nos muestra, pese a su incontrolable desenfreno formal,
como un texto meticulosamente estructurado, dividido en cinco secciones de
resonancias musicales (Fugueta, Humorésque, Rubato, Crescendo, Diminuendo); cada una de ellas explora
sus propias tensiones tonales, sin perder nunca de vista la orquestada sonoridad
del conjunto. Aquí, en estas selvas musicales, el lector deviene rastreador -no
le queda otra- de la errancia carnavalesca del sujeto lírico, y huésped gozoso
de sus múltiples cobertizos y estancias.
(I. Fugueta)
AUNQUE HABÍA MAR,
PARECÍA MAR, ERA MAR
Por las brumas líquidas
y a la manera del que aguarda, también por el silencio, terrestre y afligido,
por otras causas -aquí indefinibles- se podría precisar aquella como hora
reciente que al punto se baña en su bautizo. Alguno, que no sé si marcha o anda
detenido, concibe que la arena toda ampara y redime la palabra playa... pero,
¿quién va a fiarse de imágenes ajenas? (.../...)
(II. Humorésque)
BESO NEGRO
(.../...)
Beso negro
tan lanudo
que es incierto
(IV. Crescendo)
INVENTARIANDO LA LUZ
(.../...)
Y la mula de mi alma
corcovea
ante tanta tentación desconocido
¿cuándo parará mi
máquina?
así estar tranquilo yacer
no ser custodio de
desvelos de otro
Lechuza vive en mí
y voy sembrado
Ahíto quedo
sin haberme nunca
sobrevenido convincentemente
n a d a
En la última sección, cerrando ya el poemario, se incluye
un homenaje a dos cuadros de Marc Chagall (La
nuit tombante y La queue des sirènes),
en el que Vieta combina párrafos en prosa y líneas de verso, convirtiéndolo
posiblemente en una de las piezas más ambiciosas de la obra:
¡Sirena, sirena
yo cargo tus cristales!
(.../...)
¡Sirena, sirena
por qué sentirme
bestia!
Y aquí y allá, andante de mis
esperas, opacos soñados, tinieblas alumbradas, copiosos instrumentos; parches y
retoques, de mi luna hecha rasgo, asaltada de negros moradores, perfilada de
tierra y un círculo torcido (.../...)
Innumerables registros se quedan fuera en una lectura
tan apresurada como esta, allí están, pero no salen en la foto, Hamlet y
Polonio, junto a diversas quejas sobre la escasa fiabilidad de las palabras ("engañadizas, prometedoras y
vanas"), Orestes y la Erinias,
Edipo y Sísifo, Nerón y Agripina, retóricas defensas de la ambigüedad ("amplía el vericueto / libérate a
divagar"), respetuosa parodias de formas clásicas ("A muelle no me atengo / porque quiero navegar"),
visitas varias a la canción popular ("Tres
negros / tienen tres cuartos / tres cuartos / tienen tres ojos"),
ripios consonantes ("Todos tienen
miedo al verso / como si fuera diablillo / y le metiera cepillo / al poeta más
disperso"), puras enumeraciones rítmicas ("Ahora no / si llega/ perfecta / sospecha / cruzada / que vuelve
/ la baba / sangrienta / anteojo / cuchillo enojo / y la náusea / los cuerpos /
rollizos / los pechos / partidos / tambor y / corneta .../..."), retruécanos,
aliteraciones, juegos tipográficos que rondan el caligrama, cualquier recurso
le parece bueno a Ezequiel Vieta para asestarnos sus puñaladas de goce y
espanto.
No saldremos indemnes de esta jungla.
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